16-8-2018
Publicado originalmente en Batseñales.
Claremont es mi pastor, nada me falta.
Hace poco os hablábamos de la colección Marvel Graphic Novels que surgió en los 80 como respuesta a esa nueva oleada de pseudo-intelectuales que consideraban que el cómic de superhéroes era para niños y llamaban erróneamente “novela gráfica” al cómic de autor por miedo a ser reconocidos como frikis. De toda esta colección de maravillas narrativas, hubo una que brilló con luz propia y que aún hoy, 36 años después, sigue siendo la primera respuesta de una gran cantidad de amantes del noveno arte cuando les preguntas por su cómic favorito: ‘La Imposible Patrulla-X: Dios ama, el hombre mata‘, obra cumbre de la narrativa del maestro Chris Claremont con alucinante dibujo de Brent Anderson.
Marvel siempre ha sido una editorial muy ligada al ámbito político y de una ideología marcadamente progresista, desde sus primeras historias del Capitán América luchando contra los nazis hasta la creación de un grupo de superhéroes marginados por prejuicios raciales como fueron los X-Men, creados para ser la metáfora perfecta de la exclusión social y que han acabado ilustrando historias muy críticas sobre el racismo, la homofobia y la xenofobia. A día de hoy, estamos más que acostumbrados a que las historias de superhéroes Marvel sean excusas para hablar de los problemas políticos del mundo –la saga ‘Asedio’ como metáfora del horror de la administración Bush y sus ataques a Oriente Medio, la saga ‘Invasión Secreta’ para hablar de que el verdadero culpable del terrorismo islámico fue el gobierno estadounidense, etc.-, pero al principio eran mucho más sutiles y comedidos. Hasta que llegó Claremont, claro.
Claremont llegó en 1975 y se encontró con que una fracasada serie llamada X-Men, que supuestamente hablaba del racismo, estaba en realidad protagonizada por cinco chicos blancos estadounidenses y protestantes, cosa que decidió cambiar. Así, dio luz a su nueva iteración del supergrupo mutante, en la que creó lo que podríamos llamar el primer casting inclusivo de la historia: una africana, un irlandés, un canadiense, un alemán, una chica judía, un japonés, un nativo americano y un soviético que, a diferencia de los que se habían representado hasta la fecha, jamás se arrepintió ni renegó del comunismo. Y a principios de los 80, en la era de Ronald Reagan, en la que el fascismo y el racismo estaban más desatados que nunca –a excepción de, quizás, a día de hoy-, cuando la televisión estaba infestada de telepredicadores evangelistas que utilizaban la exaltación fundamentalista de la Biblia como excusa para llevar a cabo cualquier acto xenófobo, el bueno de Chris se dio cuenta de que el mundo necesitaba un cómic que concienciase sobre el tema.
‘Dios ama, el hombre mata‘ no es un cómic de superhéroes. Es un tratado sobre el racismo y el fundamentalismo religioso. Sobre el conservadurismo casposo y retrógrado imperante en los Estados Unidos –y un poco en todas partes, para qué nos vamos a engañar, que aquí en España hoy en día lo estamos petando también-. Y, sobre todo, es un debate filosófico sobre la paradoja de la tolerancia del filósofo Karl Popper (1902-1944), la que nos dice que, si toleramos a un intolerante, estaremos destruyendo la verdadera tolerancia. Claremont nos habla de la tergiversación de la verdad en los medios por parte de los portavoces del fascismo, de la facilidad que tiene el amplio público para tragarse cualquier mentira si ésta ayuda a alimentar su miedo y su odio, de cómo para los medios de comunicación es más importante generar morbo y tensión para ganar dinero que respetar algún tipo de principio ético.
La historia gira en torno al reverendo William Stryker, un telepredicador fanático racista que, sin más superpoder que su capacidad para la demagogia, arenga a sus fieles para exterminar a la “inferior” raza mutante en nombre de Dios y de la Biblia. Claremont crea aquí al que probablemente sea el supervillano más escalofriante que hayamos visto en un cómic. Porque es completamente real. Porque no es un loco enmascarado que usa sus poderes para dominar el mundo ni lanza robots asesinos en las calles, sino un demagogo televisivo con gran poder de convicción, como los que tenemos en el mundo real. La escena de su discurso en televisión pone la piel de gallina, por su semejanza con la de políticos de derechas y tele-evangelistas radicales a los que hemos visto mil veces fomentando el odio y el terror. Todos hemos visto a algún Stryker en la vida real. Y dan mucho más miedo que un millón de Doctores Muerte.
Es muy importante para esta historia mostrar los diferentes puntos de vista de los integrantes del equipo protagonista, desde la inocencia y el optimismo de las más jóvenes e ingenuas Gatasombra y Magik, que son las que más sufren la sorpresa y el horror de lo que está pasando –es curioso que Illyana aún pudiera ser considerada ingenua e inocente en esa época, ahora que se ha convertido en una de las más sanguinarias y siniestras del universo Marvel– hasta la resignación furiosa de los más viejos y cínicos, que siempre han sospechado que llegaría un día así, como Lobezno, Tormenta o Magneto. Hasta la eterna fe de Xavier en su propio sueño de convivencia pacífica se tambalea, llegando a fantasear con unirse a Magneto, tal es su decepción con las bajezas de la especie humana. Rondador Nocturno y Gatasombra son personajes marcadamente religiosos –él cristiano, ella judía– que están viendo con impotencia y frustración como personas de su propia fe utilizan y retuercen ésta para impulsar un genocidio afín a sus intereses. El optimismo de Kitty es tan desesperado como la fe ciega de Kurt y ambos serán puestos a prueba duramente. Kurt puede ser el buenazo comprensivo y puro, pero en esta ocasión llegará al límite de su propia humanidad.
Y para humanidad, la de Magneto, que se nos muestra en este cómic –y en la inmensa mayoría, desde entonces– como el más humano, complejo y lleno de matices. Magneto es el personaje que está ahí para decir las duras verdades que nadie quiere oír, para decirnos que los buenos son demasiado buenos y que jamás se debe tolerar al intolerante, que un racista asesino no se merece la libertad de expresión y que, cuando se trata del fascismo y de la aniquilación del que es o piensa diferente, la equidistancia no es una opción aceptable. Al fin y al cabo, desde el principio del cómic vemos a estos fanáticos religiosos matando a niños a sangre fría en nombre de su ideología, para dejarnos claro la clase de monstruos que son. El propio Magneto nos dice que él ya ha vivido “un genocidio en nombre de Dios” y que hará todo lo que esté en su mano para evitar que vuelva a suceder.
Aunque el tema central de la historia sea el ya mencionado fanatismo religioso como excusa para el racismo y la xenofobia, Claremont es Claremont, así que aprovecha para abrir jugosos debates filosóficos sobre multitud de temas sociales –casi podría decirse que cada tres frases te mete una que podría dar pie a un libro entero de filosofía o a un especial de cualquier tertulia política televisiva en la que corre la ginebra a borbotones-. Hay que resaltar especialmente el brillante discurso de Magneto sobre la libertad y las dictaduras, cerca del final del cómic. Es impecable, es perfecto.
El dibujo de Brent Anderson es el característico de la colección Marvel Graphic Novels, mucho más cuidado, más “serio y adulto” que el habitual en los cómics de superhéroes –al menos, en los de la época-, siguiendo el estilo que usó Starlin en “La muerte del Capitán Marvel” o Mike Mignola en “Doctor Strange & Doctor Doom: Triumph and torment”. Muestra un trazo mucho más detallista, tira muchísimo del claroscuro de estilo noir –y, a todo esto, no creo que el impresionante parecido físico de William Stryker con Charlton Heston sea fruto de la casualidad… ejem-.
“Dios ama, el hombre mata” es una obra de culto recomendada no sólo para los amantes del cómic sino también para cualquier lector interesado en los debates políticos, éticos y filosóficos sobre la libertad y sus límites. Nos dice que en esta vida no hay nada seguro, ninguna verdad irrefutable, salvo, quizás, la de que Magneto tenía razón y la de que Chris Claremont es Dios.